Adriana Zarri era durísima con respecto al curso de la Iglesia bajo los papas Wojtyla y Ratzinger... según el teólogo Leonardo Boff.
The poet, the mystic, and her cat: "E, sulla tomba, non mi mettete marmo freddo con sopra le solite bugie che consolano i vivi."
Adriana Zarri, era durísima con respecto al actual curso de la Iglesia bajo los papas Wojtyla y Ratzinger, a quienes acusaba directamente de traicionar los intentos de reforma aprobados por el Concilio Vaticano II y de volver a un modelo medieval de ejercicio de poder y de presencia de la Iglesia en la sociedad.
Adriana Zarri, laica, no alineada, resistente al poder monárquico e implacable de la burocracia de la Curia romana, eremita, teóloga, poetisa y eximia escritora dejó escrito su epitafio: «No me vistan de negro: es triste y fúnebre. Ni de blanco, porque es soberbio y retórico. Vístanme de flores amarillas y rojas, y con alas de pajarillos. Y Tú, Señor, mira mis manos
Adriana Zarri tenía un especial cariño por los teólogos de la liberación, al ver la persecución que sufrían por parte de las autoridades del Vaticano que los trataban, según ella, «a bastonazos», mientras que usaban guantes de seda con los seguidores del cismático Mons. Lefèbvre.
La poetisa, la mística y la gata
2011-03-04 - Leonardo Boff - Theologian - Earthcharter Commission - http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=425
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La Iglesia católica italiana viene presentando a lo largo de su historia una contradicción fecunda. Por un lado está la fuerte presencia del Vaticano, representando a la Iglesia oficial con su masa de fieles mantenidos bajo un vigilante control social por las doctrinas y especialmente por la moral familiar y sexual. Por otro, está la presencia de cristianos, laicos y laicas, no alineados, resistentes al poder monárquico e implacable de la burocracia de la Curia romana, pero abiertos al evangelio y a los valores cristianos; sin romper con el papado, aunque críticos de sus prácticas y del apoyo que da a regímenes conservadores e incluso autoritarios.
Así tenemos en el siglo XIX la figura de Antonio Rosmini, fino filósofo y crítico del antimodernismo de los Papas. En tiempos recientes identificamos a figuras como Mazzolari, Raniero La Valle, Arturo Paoli, la eremita Maria Campello.
Entre todos destaca Adriana Zarri, eremita, teóloga, poetisa y eximia escritora. Además de varios libros, escribía semanalmente en el diario Il Manifesto y quincenalmente en la revista de cultura Rocca.
Era durísima con respecto al actual curso de la Iglesia bajo los papas Wojtyla y Ratzinger, a quienes acusaba directamente de traicionar los intentos de reforma aprobados por el Concilio Vaticano II (1962-1965) y de volver a un modelo medieval de ejercicio de poder y de presencia de la Iglesia en la sociedad. Falleció el 18 de noviembre de 2010 con más de 90 años.
La visité algunas veces en su eremitorio cerca de Strambino en el norte de Italia. Vivía sola en un enorme y vetusto caserón, lleno de rosas y con su querida gata Archibalda. Tenía una capilla con el Santísimo expuesto donde se recogía varias horas al día en oración y profunda meditación.
En nuestras conversaciones, ella quería saber todo sobre las comunidades eclesiales de base, del compromiso de la Iglesia en la causa de los pobres, de los negros y de los indígenas. Tenía un especial cariño por los teólogos de la liberación, al ver la persecución que sufrían por parte de las autoridades del Vaticano que los trataban, según ella, «a bastonazos», mientras que usaban guantes de seda con los seguidores del cismático Mons. Lefèbvre.
Su último artículo, publicado tres días antes de su muerte, se lo dedicó a su querida Archibalda. Con ella, como pude testimoniar personalmente, tenía una relación afectuosa, como de íntimos amigos. Aquello que nuestra gran psicoanalista junguiana Nise da Silveira describió en su libro Gatos, la emoción de convivir, lo confirmó Zarri: «el gato tiene la capacidad de captar nuestro estado de ánimo; si me ve llorando, inmediatamente viene a lamer mis lágrimas». Cuentan que la gata estuvo junto a ella mientras expiraba. Al ver llegar a los amigos para el velatorio se enrollaba, nerviosa, en la cortina de la sala. Poco antes de que cerrasen el féretro, como si supiese la hora, entró discretamente en la capilla.
Alguien, sabiendo del amor de la gata por Adriana Zarri, la cogió por el cuello y la acercó al rostro de la difunta. La miró largamente; parecía que lagrimeaba. Después se puso debajo de féretro y permaneció allí en absoluta quietud.
Esto me hace recordar a nuestra gata Blanquita. Parece una niña frágil y elegante. Se apegó de tal manera a mi compañera Márcia que la acompaña siempre y duerme a sus pies, especialmente cuando tiene algún disgusto. Capta su estado de ánimo y procura consolarla restregándose contra ella y maullando suavemente.
Adriana Zarri dejó escrito su epitafio que vale la pena reproducir: «No me vistan de negro: es triste y fúnebre. Ni de blanco, porque es soberbio y retórico. Vístanme de flores amarillas y rojas, y con alas de pajarillos. Y Tú, Señor, mira mis manos. Tal vez me han puesto un rosario, o una cruz. Pero se equivocaron. En las manos tengo hojas verdes y sobre la cruz, tu resurrección. No coloquen sobre mi tumba un mármol frío, con las mentiras acostumbradas para consolar a los vivos. Dejen que la tierra escriba, en primavera, un epitafio de yerbas. Allí se dirá que viví y que espero. Entonces, Señor, tú escribirás tu nombre y el mío, unidos como dos pétalos de amapolas».
La escritora y mística de los ojos abiertos, Adriana Zarri, nos mostró cómo vivir y morir bella y dulcemente.
Leonardo Boff
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The poet, the mystic, and her cat
Leonardo Boff - Theologian - Earthcharter Commission
All through her history, the Italian Catholic Church has shown a major contradiction. On the one hand there is the strong presence of the Vatican, representing the official Church with her masses of the faithful, kept under strict social control by her doctrines, and especially by the family and sexual morals. On the other hand, there are Christians, lay men and women, non-aligned, who resist the monarchic and implacable power of the bureaucracy of the Roman curia, but are open to the Gospel and Christian values; and who do not break from the papacy, even though they criticize its practices and the support it gives to conservative and even authoritarian regimes.
Thus we have in the XIX century the figure of Antonio Rosmini, a fine philosopher and critic of the anti-modernism of the Popes. In recent times we see figures such as Mazzolari, Raniero La Valle, Arturo Paoli, the hermit Maria Campello. One who stands out is Adriana Zarri, a hermit, theologian, poet and eminent writer. Besides authoring several books, she wrote weekly in the daily, Il Manifesto, and fortnightly in Rocca, the cultural magazine.
She was very harsh with respect to the actual course of the Church under the popes Wojtyla and Ratzinger, whom she explicitly accused of betraying the reform efforts approved by Vatican Council II (1962-1965), and of returning to medieval models of exercising power, and of the role of the Church in society. Adriana Zarri died on November 18, 2010, when she was over 90 years old.
I visited her a few times in her hermitage near Strambino, in North Italy. She lived alone with her beloved cat, Archibalda, in a huge and very old house, filled with roses. She had a chapel with the exposed Holy Eucharist where she would retire in prayer and profound meditation for several hours a day.
When we conversed, she wanted to know everything about the Christian base communities, about the commitment of the Church to the causes of the poor, Blacks, and Indigenous peoples. She had a special affection for the theologians of liberation, in light of the persecution they suffered at the hands of the Vatican authorities, who treated them, according to her, «with blows with sticks», while they used silk gloves when dealing with the followers of the schismatic Monsignor Lefebvre.
She dedicated her last article, published three days before her death, to her beloved Archibalda. As I personally witnessed, she had an affectionate relationship with her, as intimate friends. That which our great Jungian psychoanalyst Nise da Silveira described in her book, Cats, the bonds of living together, was confimed by Zarri: «the cat has the capacity of capturing our moods; if she sees me crying, she immediately comes to lick my tears.» We are told that the cat stayed close to her as she was dying. When friends arrived for the wake, she would nervously roll up in the living room curtain. Just before they closed the casket, as if she knew it was time, Archibalda discreetly entered the chapel.
Someone, knowing the cat's love for Adriana Zarri, lifted her by the scruff of the neck, and held her close to the face of the deceased. Archibalda looked at her for a very long time, she seemed to be weeping. Then she slipped under the casket, and remained there in absolute stillness.
This made me think of our cat, Blanquita. She looks like a fragile and elegant girl. She is so attached to my compañera, Marcia, that she follows her all the time and sleeps at her feet, especially when my compañera is upset for some reason. Blanquita captures her mood, and tries to console her, by rubbing her body against hers, purring softly.
Adriana Zarri left a writing for her epitaph that is worth reproducing: «Do not dress me up in black: that is sad and funereal. Neither in white, because it is arrogant and affected. Dress me up with yellow and red flowers and the wings of little birds. And You, Lord, look at my hands. Perhaps they have put there a rosary, or a cross. But they made a mistake. In my hands I have green leaves and over the cross,Your resurrection. Do not put cold marble on my grave, with the usual lies to console the living. Let the Earth write an epitaph of herbs, in the Spring. There it will be said that I lived and that I wait. Then, Lord, You will write Your name and mine, as united as two petals of a poppy.»
Adriana Zarri, the writer and mystic of the open eyes, showed us how to live and die beautifully and sweetly.
Leonardo Boff
03-04-2011
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Sunday 2 january 2011
LIDIA MENAPACE RICORDA L'AMICA ADRIANA ZARRI
Riporto la testimonianza di Lidia Menapace sull'amica Adriana Zarri.
R.S.M.F.
nov 21
La teologa zarri ricordata dall’amica lidia menapace che con lei viaggiò nell’ex urss
Adriana, donna libera, emancipata, innamorata
Appena ci siamo conosciute abbiamo litigato, con acre dolcezza, perchè lei che era convinta di essere femminista, di sè diceva: «io sono un monaco!», «allora sei una donna emancipata, per la quale il modello è maschile, scommetto che se tu fossi laureata in medicina diresti che sei medico, se in legge avvocato», «nemmeno per sogno, sarei medica, avvocata, poeta ecc.: ma nel caso del monaco, è proprio la monaca ad essere una imitazione emancipatoria di vita imposta dal patriarcato religioso». Insomma aveva ragione lei, come convenni senza invidia, dato che non sono invidiosa; ma non per virtù, bensì per vizio: sono cioè troppo superba per essere invidiosa.
Sull’essere virtuosa non per virtù ma per vizio, si cementò una amicizia profonda, e cara, ammiccante, che si trovava ad avere reazioni molto simili davanti a diversi eventi. Ci siamo perse e ritrovate nella vita, io per vagabondaggio, lei per scelta di una solitudine da rispettare. Uno dei punti sui quali ci siamo sempre ritrovate è che la solitudine è una bellissima cosa, brutto e ingiusto è l’isolamento. Ammiravo moltissimo la sua libertà di comportamenti e di parola, senza nessuna unzione pia, niente occhi al cielo, niente superstizioni. Lei celava la sua intimità di fede con gelosia, con lo stesso amore geloso col quale ognuno difende la sua intimità, la sua privatezza. Perché assoluto e senza limiti era certo l’amore che aveva per il suo signore. Una volta, mentre si discuteva molto negli anni settanta di religione fede politica ecc., una persona dei cattolici critici mi chiese per una intervista se pregavo e come: risposi che mi sembrava una domanda molto indiscreta, come se mi avesse chiesto se mi piaceva far l’amore e come quando e con chi. Adriana disse che lo stesso era per lei.
Poiché niente le faceva schifo come il melenso modo di fare di beghine o preti e frati, ci trovavamo benissimo insieme anche dopo contese che facevano scintille, perché lei era donna capace di infuocate contese e di grandi e definitive riconciliazioni.
L’avventura più rara che passammo insieme fu quando facemmo parte – durante il Concilio – di una delegazione di donne cattoliche, la prima e per molto tempo l’unica, che fu invitata nell’Urss dal Pcus. Era stato tutto combinato da una compagna del Pci di Milano, che aveva concordato tutto, al punto che nel viaggio finimmo per incontrare solo e unicamente donne che dovevano dimostrarci il livello di emancipazione femminile appunto in Urss, livello che era in effetti notevolissimo. La delegazione era fatta da Adriana, da una sindacalista della Cisl di Piacenza e da me. Incontriamo la Vicesindaca di Mosca, poi una donna che dirige una facoltà di Chimica, agronome, pedagogiste ecc., persino i cattolici delle chiesa di san Luigi. Infine ci organizzano un incontro con le professoresse della Lomonossova, la grande Università di Mosca. Bene: all’università le professoresse sono tante, dicono mirabilia della loro libertà di ricerca, ecc. Un po’ stupita chiedo se non abbiano almeno limiti di denaro nel proporre una ricerca e alla fine vien fuori che i limiti di denaro li impone il capo dipartimento che conosce il bilancio dell’università. Tutto chiaro. Adriana domanda se abbiano limiti ideologici, ad esempio verso le varie scuole di filosofia ecc. La sorprendente risposta è che loro nascono marxiste. Mi sembrava di essere in Italia dove tutti nascevano cattolici. Adriana e io ci sorridiamo complici. Sicché si cambia programma del viaggio e ci viene detto che l’indomani saremo ricevute dall’Accademia Sovietica, la massima autorità dottrinale in Urss. Adriana e io assolutamente non disposte ad essere torturate presso l’Inquisizione sovietica, cerchiamo quale argomento poco pericoloso proporre e poiché la vicenda Zdanov è chiusa e di biologia non ci intendiamo, diciamo che vogliamo parlare di estetica. Ma gli accademici non sono interessati e dichiarano che vogliono parlare di religione: ahimè ci tocca il martirio! Ci prepariamo a seguire il non eroico esempio di San Pietro. Ma non è affatto necessario: gli Accademici dichiarano di essere interessatissimi alla Summa di San Tommaso, che hanno appena letta nella traduzione in polacco. Perché sono stupitissimi di quanto sia razionale la posizione di Tommaso. Che infatti avendo studiato Aristotele attraverso le traduzioni arabe, porta la ragione fin dove secondo lui può arrivare, mentre la tradizione ortodossa, che i sovietici conoscono è molto più vaga, misticheggiante e supertiziosa. Sicché ci tocca dire che anche Tommaso si ferma davanti al mistero, come Dante, per non tornare in Italia avendo convertito al cattolicesimo gli Accademici di Mosca. Ci incuriosiva quanto sottofondo di cristianesimo sociologico ci fosse ancora sotto il Pcus.
Adriana si divertì molto e quando le comunicai tempo dopo che ero intenzionata a fare una dichiarazione di “scelta marxista” non ci trovò niente di scandaloso, mentre il Senato accademico della Cattolica di Milano dove avevo la cattedra, trovò l’appiglio per non rinnovarmi l’incarico, più sovietica dell’Accademia di Mosca.
Adriana resta una donna di straordinario respiro e di ricchissima sensualità, come si legge anche dalla sua commovente epigrafe qui accanto.
Lidia Menapace
20/11/2010nov 21
in memoria di me
«Non mi vestite di nero: è triste e funebre.
Non mi vestite di bianco: è superbo e retorico.
Vestitemi a fiori gialli e rossi e con ali di uccelli.
E tu, Signore, guarda le mie mani.
Forse c’è una corona.
Forse ci fanno messo una croce.
Hanno sbagliato.
In mano ho foglie verdi e sulla croce, la tua resurrezione.
E, sulla tomba, non mi mettete marmo freddo con sopra le solite bugie che consolano i vivi.
Lasciate solo terra che scriva, a primavera, un’epigrafe d’erba.
E dirà che ho vissuto, che attendo. E scriverà il mio nome e il tuo
uniti come due bocche di papaveri»
Di nelsegnodizarri.over-blog.org riccardo s.m.fontana
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venerdì 24 luglio 2009
Parabole di Adriana Zarri.
Ho già letto più di una volta «editare», e non è un bel verbo, anche se c’è tutta una famiglia (edito, edizione, editto...) ma ciò non basta per creare una voce verbale inelegante e goffa. Io che ho a che fare con questo termine (o meglio con quanto questo termine designa) dirò:«ho scritto, ho pubblicato» ma non «editato» perché ci tengo ad un linguaggio più possibile corretto.
Pio XII - Si fa un gran parlare e discutere e contestare la possibile (ma forse mprobabile e impossibile) beatificazione di Pio XII di cui si critica soprattutto il suo silenzio sul problema ebraico. Io non mi soffermerò su questo (può anche darsi che il suo silenzio fosse giustificato) ma su altri aspetti non meno (anche più) negativi.
Orgoglioso della sua stirpe nobiliare, vanitoso nella sua immagine esteriore (si dice che studiasse allo specchio posizioni e gesti, e certo le sue benedizioni a braccia alzate, così enfatiche e teatrali, ne avvalorano l’ipotesi), sempre pronto ad apparire ed anche (è il lato positivo) a soccorrere. In questi giorni ho scovato una «perla» che val la pena riportare.
De Gasperi si permise di dire di no a Pio XII che voleva una alleanza tra Dc e la destra monarchica e fascista; e fece benissimo. Ma papa Pacelli non era tipo da accettare dinieghi e, da quel giorno in poi, si rifiutò di riceverlo in udienza. Ci furono occasioni importanti (il cinquantesimo di matrimonio e la professione solenne della figlia suora) ma non ci fu verso. Pio XII se l’era legata a un dito, accanto all’anello piscatorio emai più ricevette quello che era pure un suo figlio, e un figlio illustre memeritevole, ma troppo libero per i gusti di un principe della chiesa che a quel principato sempre tenne e il cui titolo «servus servorum Dei», di cui si fregiano i papi, poteva apparire solo una ingenua e pia metafora.
Zaccheo sull’albero - Nell’editoriale di «Mosaico di pace» (la pubblicazione di Pax Christi) si legge un gustoso paragrafo che trascrivo. «Era un uomo basso di statura e molto ricco, Zaccheo. Era il capo dei pubblicani di Gerico. Il capo degli appaltatori delle tasse per conto dell’occupante romano notoriamente si lasciava andare ad una vita dissoluta, traendo arbitrariamente vantaggio dal sistema indefinito con cui veniva stabilita la tassazione. Ovvero si arricchiva facendo la cresta sulle tasse da richiedere. Ma quando Gesù passa a Gerico, dal momento che era basso e la folla gli impediva la visuale, salì su un albero di sicomoro per poterlo vedere. Gesù lo nota, gli dice che si fermerà a casa sua e Zaccheo, in risposta, dà la metà dei suoi beni ai poveri e restituisce quattro volte tanto a coloro che ha frodato.
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Anche il presidente del consiglio del nostro paese è un uomo basso di satura e molto ricco. Prima che una sua conversione alla giustizia verso i poveri noi ci aspetteremmo che salisse anch’egli sul sicomoro. Che riuscisse cioè a guardare il paese reale. Ma il presidente del consiglio è salito sul sicomoro? Si è fatto largo tra le fronde? Non si sa se sia più immorale tutto quel che viene quotidianamente a galla con la velinopoli barese o ignorare la condizione di un disoccupato. Se sia più immorale regalare gioielli come bonbon alle ospiti di una serata mondana o negare la crisi perché non si ha il coraggio di salire sull’albero. Il guaio peggiore è che il successo di chi ostenta ricchezze e fortune al punto da potersi permettere tutto, ma proprio tutto, fa scuola nel nostro paese».
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